Obra maestra tanto en la forma como en el fondo. Mirada a los abismos de la mente y documental de una investigación policial. Contraposición entre sociedad e individuo con forma de “thriller” persecutorio. Afilada disección de la América de la época a través de la naciente mitología del “serial-killer”. Retrato sórdido de la neurosis ciudadana y la hipocresía cotidiana… Una película inagotable, tanto en su propuesta formal como en su capacidad de penetración psicológica (y cuya sombra pude verse con claridad en ese monumental fresco que es el “Zodiac” de David Fincher o en la nada despreciable y muy agobiante “Summer of Sam” de Sipike Lee), que se sigue con interés creciente gracias a una narración vertiginosa, que no desdeña ni el humor ni los detalles truculentos. Muy bien interpretada además, con un Curtis demoliendo su imagen de galán; un rostro pétreo, una máscara de humanidad y la mirada del que ya no está aquí, e inolvidable toda la película en su conjunto.
Fleischer y Curtis junto a RIchard H. Klein, autor del sobebio trabajo fotográfico
Filmada por un Richard Fleischer en plenas facultades, no solo es un film rotundo que se inscribe con abrumadora personalidad en la nueva corriente hiperrealista del gran “thriller” policiaco de su época sino que deja más que cristalino el asombroso magisterio de un genuino artesano y director de raza cuya aportación y carrera aun están pendientes de una verdadera reivindicación y eso pese a contar con títulos de justa celebridad como “Los Vikingos” (1958), “Soylent Green”(1973), “ 20.000 mil leguas de viaje submarino”(1954), o menos conocidas (o recordadas) pero no menos jugosas, léase ( solo una representación): la extraña epopeya bíblica a contrapelo “Barrabás”(1962), la desoladora (y rodada en España) “Fuga sin fin”(1971), la más influyente de lo que parece “Terror ciego”(1971), un par de perlas como “Sábado trágico”(1955) o la hermosa “La muchacha del trapecio rojo”(1955) y desde luego su otro estrangulador, un film de una aspereza y crueldad en el límite de lo soportable; “El estrangulador de Rillington Place”(1971) en el que un viscoso y estremecedor Richard Attenborough personificaba al nefando John Reginald Christie en el demolido (literal y metafóricamente) Londres de la post-guerra.
Dividido en tres partes, aunque casi podrían considerarse dos partes y un prólogo que abarcaría hasta la aparición de De Salvo (y Curtis, claro) en pantalla, un hecho que no sucede hasta el minuto cuarenta, un alarde de confianza y un perfecto ejemplo de uso de los mecanismos del “thriller” por parte de Fleischer que es capaz de sacar de cuadro al protagonista (y a la estrella) de la película durante un cuarto de la misma, jugando tanto con la creación del clima como con las expectativas de espectador. Este prólogo se centrará en reproducir con minuciosidad las pesquisas policiales para cazar al estrangulador, de quien solo vemos los resultados no las maneras. La policía comandada por el firme personaje de Fonda (muy bien escudad por el siempre eficiente George Kennedy como poli duro), un humanista enfrentado brutalmente a lo peor del hombre que no se verá satisfecho por atrapar sino que querrá saber, ¿por qué? Una pregunta sin respuesta o peor, una respuesta demasiado aterradora.
Fleischer pone aquí en juego un “primer” estilo (de los tres que se emplearán, uno por cada parte de la película), abrazando el “police procedural” con afán documental pero voluntad estilizadora, es decir narrando con vértigo, deslizando no poco humor y proponiendo un acertado retrato de ambientes con la audacia de presentar realidades como los clubes homosexuales (también en otro excelente policiaco de finales de los 60 como “El Detective” que Gordon Douglas dirigió para un amargo Sinatra). Aparecerán mentalistas, criminales sexuales torturados, vecinos acusicas…todo un tratado sobre paranoia, maledicencia y aburrimiento.
En la segunda parte (o primera tras la larga introducción) hace su entrada Albert De Salvo, el asesino y acompañándolo el celebérrimo recurso de la “split screen” como reflejo de su mente. No es exactamente una pantalla partida sino un plano múltiple, viñeteado, a veces una misma acción desde diferentes puntos de vista, otras diferentes hechos en el tiempo confluyendo en el mismo espacio cinematográfico y otras más como visiones de una mente alterada. Casi cubismo aplicado al cine, a la vez técnica narrativa rompedora, alarde estético aun hoy sorprendente, experimentación sensorial y plasmación subjetiva de una percepción esquizoide.
La primera aparición del “killer” no puede ser más significativa, en casa con su familia y viendo por la televisión el entierro de Kennedy, el momento aceptado en el imaginario americano como “la pérdida de la inocencia”. Cariñoso y al parecer conmovido, la manera de encuadra toda la escena no deja lugar a duda, algo no funciona. La compulsión empujará a De Salvo a matar, el padre de familia es la bestia.
Fleischer no se anda con chiquitas ala hora de mostrar el “modus operandi” (asaltos a mujeres solitaria con la excusa de arreglar algún problema de fontanería), los ataques son resueltos con contundencia (justamente mítico el momento en el que Curtis rasga la camisa de una de sus víctimas mientras le tapa la boca agarrándola por detrás y la expresión erotizada del actor) y velocidad. Una elección que además de rechazar la espectacularización de la violencia introduce una serie de lecturas psicoanalíticas y sexuales que apuntan a la impotencia (no en vano una las muertas aparece con el palo de una escoba en la vagina). Una de las víctimas, una joven Sally Kellerman salvajemente golpeada, sobrevivirá precipitando la caza.
El recurso al la “split screen” desaparece en el tercer bloque con la captura de De Salvo al no ser ya necesario ni narrativa ni dramáticamente, dando paso a una poderosísima abstracción visual que supone otro de los puntos de mayor audacia formal de la película, un nuevo requiebro estético de prefecta coherencia interna. Forzado por el fiscal al que interpreta Fonda y su necesidad de conocimiento, De Salvo comenzará una batalla contra si mismo, entre la lucidez intermitente y el mantenimiento de la máscara, pero al verse obligado a enfrentar su auténtica naturaleza se encerrará en si mismo y con el la imagen, hará lo mismo hasta la conversión del decorado en un abisal fondo blanco. Rematado con un estremecedor final proyectado hacia atrás con un efecto de extrañamiento alucinatorio. Obra maestra.
split mind
El estrangulador de Boston (The Boston strangler)
Director: Richard Fleischer
Año: 1968
País: Estados Unidos
120 min.
Fotografía: Richard H. Klein
Música: Lionel Newman
Guión: Edward Anhalt
Reparto: Tony Curtis, Henry Fonda, George Kennedy, Murray Hamilton, Hurd Hatfield
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